El día que conocí a la Sra. Coco, acababa de superar las dos primeras fases del proceso de selección para una vacante en el departamento de Marketing de un importante colegio internacional. Conseguí llegar hasta el final por la seguridad que me brindaba un grado necesario y un Master en una prestigiosa escuela de negocios, pero todo mi arrojo se esfumó cuando la responsable de recursos humanos me comunicó que mi contratación dependía de la confirmación de “la Sra. Elvira Albulú de Farje, Superintendente General del Colegio…”. No me tranquilizo nada que después añadiera “… pero le gusta que la llamemos “Sra. Coco”.
Más tarde comprendí que el apodo le venía como anillo al dedo, porque vestía según una moda no inventada y sólo imaginada por ella, que la embellecía con una combinación de colores bien elegidos pertenecientes a prendas tan pronto adquiridas en boutiques de prestigio como en tiendas outlet o vintage. La elegancia resultante, que adornaba a una mujer de edad cercana al retiro, era una combinación perfecta de su vestimenta y de su gran porte, siempre seguro y casi siempre tranquilo y controlado.
La entrevista con la Sra Coco no pudo comenzar peor “Nuestras normas nos impiden contratar a la madre de uno de nuestros alumnos…”, pero esta afirmación no cuadraba con su amplia sonrisa y lo comprendí cuando me dijo “¡Pero me encantas!, así que vas a trabajar conmigo”. Esta fue la primera vez que la ví saltarse una norma para conseguir su objetivo y es que a ella no le interesaban los caminos establecidos, prefería dibujar su propios mapas y ser disruptiva en todos los aspectos de su vida, los personales y sobre todo los profesionales.
Supe que la fuerza que desplegaba día a día en su trabajo, y que era la misma que exigía a todas sus colaboradoras, tenía que ver con la resolución de quién ha guerreado en la vida hasta la extenuación. Su motivo para luchar así se llama Mili, su frágil hija pequeña, que desde su nacimiento requirió que su madre lo diera todo para mantenerla con vida, y me refiero a todo su tiempo, todo su dinero, toda su juventud pero nunca toda su esperanza. El resultado es que Mili superó todos sus retos y hoy convive, repleta de agradecimiento, con su madre.
La Sra. Coco también fue mi “madre” por un día. Con motivo de un análisis de la competencia, planificado y ejecutado como sólo ella sabía hacerlo, para conocer el mercado de la educación en Miami, donde nuestro colegio pretendía establecer una sede, la Sra Coco me propuso visitar varios colegios haciéndonos pasar por madre e hija a la búsqueda de una plaza escolar para sus nietos. La farsa repetida una y otra vez dio sus frutos y también conseguimos un buen puñado de risas cada vez que, tiempo después, recordábamos la anécdota y ella se refería a mí como su “hija”.
Recuerdo noches muy largas preparando un evento para el día después, que solo comprendíamos los sufridos colaboradores cuando la Sra Coco afirmaba, ya de madrugada, que la “perfección se alcanza cuándo se soluciona hasta el último detalle”. Y es que en su afán de que todo fuera como se esperaba llegamos a extremos inimaginables. Por ejemplo, el día que los padres iban a visitar la granja escuela descubrió que las lechugas plantadas por los alumnos habían perecido por culpa de unas noches de frío inesperado y el campo aparecía desolado. Para evitar la decepción de los jóvenes agricultores y la desilusión de sus padres, nos encargó ir al mercado central a comprar lechugas que pusimos con esmero en el lugar que debían ocupar las plantadas por ellos. Los padres y sus hijos encontraron un lustroso campo enverdecido por unas lechugas espléndidas que demostró a todos lo acertado que es involucrar a los estudiantes en este tipo de actividades.
La preocupación de la Sra Coco, por “sus estudiantes” era tal que un día cualquiera y en cualquiera de las aulas podrías encontrarla sentada en un pupitre, vestida con el uniforme escolar mimetizada con el resto de alumnas, y asistir a una clase y comprobar qué se desarrollaba con la planificación y calidad requerida. Por esta y por muchas otras iniciativas que la acercaban a los niños y niñas del colegio no es de extrañar que ellos le procesaran un cariño irrenunciable que se demostraba todos los años al grito de “ya llega el cumple de la Sra. Coco” y que por este motivo se preparara en el colegio una celebración que superaba a cualquier otra del año.
Siete años después, convertida en una experimentada Directora de Marketing Educativo, me ví obligada abandonar el colegio, por motivos personales sobrevenidos, y muy entristecida por dejar atrás una experiencia que había marcado mi futuro profesional y también mi personalidad para siempre. Poco después de mi marcha también se retiró la Sra. Coco, aunque todos sabemos que ella nunca se irá del todo de este colegió dónde ha dejado su impronta para siempre. Desde entonces, no he perdido el contacto con ella y siempre que algo me va bien procuro escribirla o llamarla para que lo sepa y pueda compartir su sincera alegría conmigo.
Mi admiración por esta extraordinaria mujer fue la que inspiró, muchos años después, que mi proyecto profesional se llamará como ella, en reconocimiento a todo lo experimentado y aprendido a su lado. Y también que hoy le rinda un humilde homenaje con este relato, coincidiendo con el día de la Mujer, porque para mí la Sra. Coco debería ser un referente inspirador para todas las niñas de hoy en día.
Eva García,
CEO